No toquemos las emociones
Victor Rafael Pachas Hurtado
La autora parte de la hipótesis de que no hay
razón práctica sin sentimientos..Si en la Ilustración se daba total primacía a
la razón y se rechazaban los sentimientos como algo perjudicial para la moral
—Kant, que se nutre del estoicismo y del pietismo, es en este sentido el autor
de referencia, aunque no está de más recordar que en la misma época conviven
otros autores más hedonistas, conocidos como los ultras de las luces, que
subrayarían lo que Victoria Camps mantiene en este ensayo Sobre el gobierno de las emociones de
Victoria Camps cabe citar citar entre otros a Maphertuis, Helvetius, La
Mettrie, D´Holbach, Hume—, hoy en día la primacía absoluta la acapara el
sentimiento (cayendo incluso —diría yo— en el sentimentalismo). Todas las
ciencias sociales parten del supuesto, a veces exagerado, de que somos seres
emotivos y no racionales. Se ha pasado del reduccionismo racionalista al
reduccionismo emocional. La consigna –nos dice Victoria Camps- viene a ser: “puesto que las emociones son tan
importantes, no las toquemos, dejemos que se expandan y que se manifiesten en
su pureza. ¡Vivan las emociones!”. La publicidad comercial vende
“experiencias”, “sensaciones fuertes”, o directamente “emociones”. La
psicología ha contribuido mucho a potenciar el papel de las emociones, pero ese
énfasis puede llevar a equívocos: en primer lugar, puede llevarnos a pensar que
todas las emociones son buenas y que por ello hay que dejarlas expresarse y
desarrollarse tal cual son. Veremos que no se trata de eso. En segundo lugar,
otro equívoco sería el culto al yo, pensar que lo espontáneo del individuo es
lo bueno. Este segundo equívoco es nefasto, por ejemplo, en el terreno
educativo. Desde este punto de partida,
la autora se propone analizar cuál es el lugar de las emociones en la ética.
Nos adelanta como premisa que las emociones son los móviles de la acción, pero
también pueden paralizarla. Por lo tanto, el gobierno de las emociones será el
cometido de la ética. Estas páginas analizan la vinculación estrecha que debe
darse entre razón y emoción. Por lo tanto, la ética no puede prescindir de la
parte afectiva o emotiva del ser humano porque una de sus tareas es,
precisamente, poner orden, organizar y dotar de sentido a los afectos o las
emociones. La ética no ignora la sensibilidad ni se empeña en reprimirla, lo
que pretende es encauzarla en la dirección adecuada para aprender a vivir de la
mejor manera posible. Realmente, nos dice la autora, volvemos a la ética
aristotélica.. Es posible gobernar y moderar o incentivar las emociones, no
solo porque la razón está para eso, sino porque las emociones no son algo
supuestamente natural y espontáneo que el individuo posee debido mayormente a
su dotación genética. Existe el peligro de naturalizarlo todo y decidir que lo
que se supone natural no es modificable. El entorno económico, social,
cultural, ideológico, jurídico en el que se desarrolla la conducta de las
personas determina en gran parte los sentimientos
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